Me permito un capricho

18/09

Aw, yo quiero que Ted y Robin sigan juntos. No sé por qué me gustan tanto los amores imposibles. Quizá me gusta la idea de un romance con dos protagonistas, ambos con carácter dominante pero contrario, porque la suma de dos valores grandes parecería dar un total mayor al común. Pero es extraño que me gusten esas situaciones, porque nunca terminan bien, y yo detesto los finales amargos. No puedo evitarlo: soy ingeniero. Siempre estaré buscando cómo llegar a un final feliz; qué habría que cambiar en el camino para mejorar el resultado. Yo nunca me rendiría. Claro que, quizá, así provocaría yo el desenlace amargo. Al final, el destino nunca está contento si no le das por su lado.

Dulces sueños, hermosa.

R!

Antes de que lo olvide

        Recuerdo una vez, al principio, en que íbamos en mi auto de tu casa a la Plaza, probablemente al cine. Manejando por la avenida, llegando a un semáforo, levanté los cuatro dedos de cada mano por encima del volante sin soltarlo, en señal de "alto" mientras nos deteníamos. Tú me preguntaste por qué lo hacía y te dije que estaba frenando el carro con la Fuerza. Ya estábamos moviéndonos de nuevo cuando te respondí, y agregué «Tú también puedes hacerlo. Mira: pon tu mano así...». Dudando, alzaste tu brazo y en cuanto extendiste la palma frené un poco. Sorprendida, la quitaste rápidamente. Tú pequeño grito y tu expresión y tu risa me hicieron saber de inmediato que eso es lo que quería hacer de ahora en adelante. Quería provocarte esa risa siempre, como fuera. Quería vivir el resto de mis días haciéndote reír y dejar que el sonido lloviera sobre mí, inundándome. Como los hilos de tu cabello al besarme.

R!

Diálogos protolúcidos I

–Deja de pensar con el estómago y piensa con el cerebro. Dime, ¿qué es lo que más deseas?

–A ella.

–¿Por qué? ¿Por qué a ella?

–¿Por qué amar el amanecer o el atardecer, o a las nubes o a la lluvia? ¿Por qué enamorarse de la luna o las flores o Gaudí? ¿Para qué sirve alegrarse de que brille el sol y sonríen los girasoles? Es inevitable. Uno se levanta un día y se encuentra feliz porque hay sol y se dice “¡Pero cuánto amo al sol! Él es, sin duda, la razón de esto que siento”. Entonces le buscamos siempre.

Ella es mi Sol, mi Luna, mi Cielo, mis flores, mis lluvia, mi sueño, mi esperanza, mi futuro, mi paz, mi camino. Cada día, al despertar, ella es algo más. Yo no lo elegí así, pero sé que mi mayor fortuna es que así fuera.

–Habrá otras. Las ha habido.

–Ese es el consuelo del cobarde. Mi corazón la quiere a ella y mi razón dice que probablemente nadie me entenderá o querrá mejor. Es fácil aceptar la derrota, pero ser fiel a ti mismo, a tus decisiones, a tus promesas, requiere de un gran temple, tremendos sacrificios y un espíritu inquebrantable.

–Tú mismo te has llamado cobarde, te has calificado de mala persona, te avergüenzas terriblemente de tus defectos y has reconocido lo mucho que te disgustas. ¿Cómo esperas lograr algo con eso?

–Si alguno de los dos fuera perfecto, no necesitaría del complemento del otro y una relación carecería de sentido. Son justamente mis defectos la justificación para buscarle, y los suyos la oportunidad para ofrecerme. No pretendo que seamos mutuas correcciones de personalidad o terapeutas infalibles para traumas arraigados, pero sí una mutua compañía y apoyo moral, consejeros, confesores y provocadores de momentos sencillos (hasta complejos) de júbilo, paz y belleza.

–No puedes hacer nada de eso desde la posición en la que estás.

–Pero trataré, con todo el dolor que eso me cause. Hacer nada es rendirse antes de perder. Por lo menos sabrá mi conciencia que si fallo no fue por falta de méritos.

–Suena como una propuesta muy aventurada para alguien que ignora tantas cosas, que se encuentra en desventaja estratégica y que carga con atenuantes sociales. Podrás tener buenos recursos e intenciones, pero el rango desde el que operas simplemente supera tus capacidades.

–En efecto, tendré que confiar gran parte de la empresa en la providencia y en la esperanza de que no haya muerto en ella un mínimo grado de interés. De lo contrario, por lo menos sabría que en ningún momento fui tan relevante como para intentar retenerme. Yo estoy convencido de que ella es la única. Pero quedará pendiente demostrar que yo soy o fui por lo menos algo serio o preciado. Creo que todos queremos pensar que lo somos, aún si muchas veces somos adictos a sentir que no lo merecemos.

–Ya veremos.

–Veremos.

R!

El cuento del espejo mágico

Por Michael Ende

       »Érase una vez una hermosa princesa llamada Momo, que vestía de seda y terciopelo y vivía muy por encima del mundo, sobre la cima de una montaña, cubierta de nieve, en un castillo de cristal.
       »Tenía todo lo que se puede desear, no comía más que los manjares más finos y no bebía más que el vino más dulce. Dormía sobre almohadas de seda y se sentaba en sillas de marfil. Lo tenía todo, pero estaba completamente sola.
       »Todo lo que la rodeaba, la servidumbre, las camareras, gatos, perros y pájaros e incluso las flores, todo, no eran más que reflejos de un espejo.
       »Porque resulta que la princesa Momo tenía un espejo mágico grande, redondo y de la más pura plata. Lo enviaba cada día y cada noche por todo el mundo. Y el gran espejo flotaba sobre países y mares, sobre ciudades y campos. La gente que lo veía no se sorprendía, sino que decía: “Es la luna”.
       »Y cada vez que el espejo volvía, ponía delante de la princesa todos los reflejos que había recogido durante su viaje. Los había bonitos y feos, interesantes y aburridos, según como salía. La princesa escogía los que le gustaban, mientras que los otros los tiraba simplemente a un arroyo. Y los reflejos liberados volvían a sus dueños, a través del agua, mucho más deprisa de lo que te imaginas. A eso se debe que veas tu propia imagen reflejada cuando te inclinas sobre un pozo o un charco de agua.
       »A todo esto he olvidado decir que la princesa Momo era inmortal. Porque nunca se había mirado a sí misma en el espejo mágico. Porque quien veía en él su propia imagen, se volvía, por ello, mortal. Eso lo sabía muy bien la princesa Momo, y por lo tanto no lo hacía. De ese modo vivía con todas sus imágenes, jugaba con ellas y estaba bastante contenta.
       »Pero un día, el espejo mágico le trajo una imagen que le interesó más que todas las otras. Era la imagen de un joven príncipe. Cuando lo hubo visto le entró tal nostalgia, que quería llegar hasta él como fuera. Pero, ¿cómo? No sabía dónde vivía, ni quién era, no sabía ni siquiera cómo se llamaba.
       »Como no encontraba otra solución, decidió mirarse por fin en el espejo. Porque pensaba: “A lo mejor el espejo llevará mi imagen hasta el príncipe. Puede que mire casualmente hacia el cielo, cuando pase el espejo, y verá mi imagen. Acaso siga el camino del espejo y me encuentre aquí”.
       »Así que se miró largamente en el espejo y lo envió por el mundo con su reflejo. Pero así, claro está, se había vuelto mortal.
       »En seguida oirás cómo sigue esta historia, pero primero he de hablarte del príncipe.
       »Este príncipe se llamaba Girolamo y vivía en un reino fabuloso. Todos los que vivían en él amaban y admiraban al príncipe. Un buen día, los ministros dijeron al príncipe: “Majestad, debéis casaros, porque así es como debe ser”.
       »El príncipe Girolamo no tenía nada que oponer, de modo que llegaron al palacio las más bellas señoritas del país, para que pudiera elegir una. Todas se habían puesto lo más guapas posible, porque todas querían casarse con él.
       »Pero entre las muchachas también se había colado en el palacio un hada mala, que no tenía en las venas sangre roja y cálida, sino sangre verde y fría. Claro que eso no se le notaba, porque se había maquillado con mucho cuidado.
       »Cuando el príncipe entró en el gran salón dorado del trono, para hacer su elección, ella pronunció rápidamente un conjuro, de modo que Girolamo no vio a nadie más que ella. Y además le pareció tan hermosa, que al momento le preguntó si quería ser su esposa.
       »—Con mucho gusto —dijo el hada mala—, pero pongo una condición.
       »—La cumpliré —respondió Girolamo, irreflexivo.
       »—Está bien —contestó el hada mala, y sonrió con tal dulzura, que el desgraciado príncipe casi se marea—, durante un año no podrás mirar el flotante espejo de plata. Si lo haces, olvidarás al instante todo lo que es tuyo. Olvidarás lo que eres en realidad y tendrás que ir al país de Hoy, donde nadie te conoce, y allí vivirás como un pobre diablo. ¿Estás de acuerdo?
       »—Si no es más que eso —exclamó el príncipe Girolamo—, la condición es fácil.
       »¿Qué ha ocurrido mientras tanto con la princesa Momo?
       »Había esperado y esperado, pero el príncipe no había venido. Entonces decidió salir a buscarle ella misma. Devolvió la libertad a todas las imágenes que tenía a su alrededor. Entonces bajó, totalmente sola y en sus suaves zapatillas, desde su palacio de cristal, a través de las montañas nevadas, hacia el mundo. Recorrió todos los países, hasta que llegó al país de Hoy. A estas alturas sus zapatillas estaban gastadas y tenía que ir descalza. Pero el espejo mágico con su imagen seguía flotando por el cielo.
       »Una noche el príncipe Girolamo estaba sentado en el tejado de su palacio dorado y jugaba a las damas con el hada de la sangre verde y fría. De repente cayó una gota diminuta sobre la mano del príncipe.
       »—Empieza a llover —dijo el hada de la sangre verde.
       »—No —contestó el príncipe—, no puede ser porque no hay ni una sola nube en el cielo.
       »Y miró hacia lo alto, directamente al gran espejo mágico, plateado, que flotaba allí arriba. Entonces vio la imagen de la princesa Momo y observó que lloraba y que una de sus lágrimas le había caído sobre la mano. En el mismo momento se dio cuenta de que el hada le había engañado, que no era hermosa y que en sus venas sólo tenía sangre verde y fría. Era a la princesa Momo a la que amaba en verdad.
       »—Acabas de romper tu promesa —dijo el hada verde, y su cara se crispó hasta parecer la de una serpiente— y ahora has de pagarlo.
       »Introdujo sus largos dedos verdes en el pecho de Girolamo, que se quedó sentado como paralizado, y le hizo un nudo en el corazón. En ese mismo instante olvidó que era el príncipe Girolamo. Salió de su palacio y de su reino como un ladrón furtivo. Caminó por todo el mundo, hasta que llegó al país de Hoy, donde vivió en adelante como un pobre inútil desconocido y se llamaba simplemente Gigi. Lo único que había llevado consigo era la imagen del espejo mágico que desde entonces quedó vacío.
       »Mientras tanto, los vestidos de seda y terciopelo de la princesa Momo se habían gastado. Ahora llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, y una falda de remiendos de todos los colores. Y vivía en unas ruinas.
       »Aquí se encuentran un buen día. Pero la princesa Momo no reconoce al príncipe Girolamo, porque ahora es un pobre diablo. Tampoco Gigi reconoció a la princesa, porque ya no tenía ningún aspecto de princesa. Pero en la desgracia común, los dos se hicieron amigos y se consolaban mutuamente.
       »Una noche, cuando volvía a flotar en el cielo el espejo mágico, que ahora estaba vacío, Gigi sacó del bolsillo la imagen y se la enseñó a Momo. Estaba ya muy arrugada y desvaída, pero aún así, la princesa se dio cuenta en seguida que se trataba de su propia imagen. Y entonces también reconoció, bajo la máscara de pobre diablo, al príncipe Girolamo, al que siempre había buscado y por quien se había vuelto mortal. Y se lo contó todo.
       »Pero Gigi movió triste la cabeza y dijo:
       »—No puedo entender nada de lo que dices, porque tengo un nudo en el corazón y no puedo acordarme de nada.
       »Entonces, la princesa Momo metió la mano en su pecho y desató, con toda facilidad, el nudo que tenía en el corazón. Y, de repente, el príncipe Girolamo volvió a saber quién era. Tomó a la princesa de la mano y se fue con ella muy lejos, a su país.

 

Una vez que Gigi hubo concluido, ambos callaron un ratito; después Momo preguntó:
       —¿Y después han sido marido y mujer?
       —Creo que sí —dijo Gigi—, más tarde.
       —¿Y han muerto mientras tanto?
       —No —dijo Gigi con decisión—. Eso lo sé exactamente. El espejo mágico sólo hacía a alguien mortal, cuando se miraba en él a solas. Pero si se miran dos, vuelven a ser inmortales. Y eso hicieron estos dos.
       La luna se veía grande y plateada sobre los pinos negros y hacía brillar misteriosamente las viejas piedras de las ruinas. Momo y Gigi estaban sentados en silencio el uno al lado del otro y se miraron largamente en ella: sintieron con toda claridad que, durante ese instante, ambos eran inmortales.

 

Momo (fragmento), 1973.

R!

Lo fatal por Rubén Darío

       Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
       Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos.
Y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos
¡ni de dónde venimos!...



Quisiera yo que la primera publicación del nuevo año no fuese tan deprimente ni de espíritu aletargado. Pero si soy verdadero no haré uso de esta herramienta para complacerme con mentiras, por piadosas que fueran. Sin embargo, aunque buscados para dar voz a la amargura, lo que con estos versos quiero proponer no es un desgaste en autocompasión, sino una advertencia justa: la vida consciente no es sencilla. Y la búsqueda de la vida sencilla es la búsqueda de la inconsciencia, de la ignorancia.

Yo me opongo a la ignorancia y con ansiedad deseo la consciencia. Aún si me cuesta la alegría, prefiero encontrar último gozo en el solo conocimiento de que no me rendí al placer de la vegetación.

Suerte.
O mejor, providencia.

R!